miércoles, 23 de mayo de 2018

Lo de Lyon me pilló en Tacumbú


Mi trabajo tiene estas cosas. Que a veces te obliga a perderte la comunión de tu sobrina o una final de tu equipo porque las fechas estaban cerradas. Del 5 al 20 de mayo anduve evangelizando para la noble causa del colchonerismo en tierras uruguayas y paraguayas. La tarea no fue menor.

En Uruguay pensé que encontraría el terreno abonado por el paso de nuestro bota de oro, Diego Forlán, la capitanía guaraní de Godín, la juventud del central internacional Josema Giménez, el trabajo infinito del "profe" Ortega  y la inolvidable presentación del Pato Sosa. Nada que ver. Allí todos son del Barcelona por Luisito Suárez. Increíble pero cierto. Aquí, como en el resto del planeta sólo saben de las dos multinacionales del fútbol que copan el mercado y que, para nuestra desgracia, juegan en España. Su versión local es el Peñarol - Nacional. Mi estancia en Montevideo coincidió con el Nacional "campeonando".

En Paraguay la cosa no fue mejor. Y eso que su selección viste de albirrojo, que es exactamente igual que nuestro rojiblanco. Ni siquiera el recuerdo de las piruetas del "soldadito" Benítez, ni el de aquella pareja de centrales internacionales -Gamarra y Ayala- con los que descendimos a Segunda. Nada.

Para mi desgracia la final de Lyon me pilló en el Bañado de Tacumbú. Un barrio en los márgenes de Asunción que sufría su tercera inundación en cuatro años. Conclusión: en el refugio al que se habían trasladado los vecinos de esta versión paraguaya de la Cañada Real tampoco tenía luz eléctrica ni una televisión con cable para ver la final de la Europa League. Porque en esta parte del mundo, en el sur, sólo retransmiten en abierto si juegan el Barcelona y el Real Madrid, o sus versiones locales: Olimpia y Cerro (clásico que coincidió con mi estancia en la pequeña ciudad rural de San Roque González con victoria de los porteños por 0-1). Toda una experiencia en mitad de la nada.

Sin televisión por cable, con mi camiseta del Atleti puesta, sin wifi, con mucha tarea por delante, sin atléticos cerca y con un calor húmedo impropio del otoño austral casi me entra el vikinguismo y tiro la toalla. Pero no. Entonces se obró el milagro. Uno de los voluntarios que trabajan coordinando el proyecto de becas escolares que ha puesto en marcha el dominico español Pedro Velasco se me acerca y me muestra su móvil: "Vamos empate a cero". Ariel Franco (en la foto con un servidor. Al día siguiente le regalé dos camisetas del Atleti), así se llama este ángel que me envió el Espíritu Santo para mantenerme informado sobre el devenir de los nuestros durante la consecución de la tercera Europa League. No me separé de él. Desde las tres menos cuarto y hasta las cinco estuve pegado a su móvil celebrando cada uno de nuestros goles al tiempo que en mi teléfono sin wifi entraban los SMS de mi hermano (conocedor de las complicadas circunstancias en las que me hallaba). Así me fui enterando en estéreo de las buenas noticias que llegaban desde Francia donde marcaba el francés, volvía a marcar el gabacho y sentenciaba el Gabitán Fernández antes de que Fernando Torres saliese al campo para poder levantar su primer título como rojiblanco.

Esa noche apenas pude dormir. Los mensajes se apelotonaban en mi móvil complicánadome el visionado de los resúmenes. Las lágrimas tampoco ayudaban mucho a la hora de ver lo que había sucedido en Lyon antes, durante y después de una final que me pilló en el refugio donde los vecinos del Bañado Sur de Asunción esperaban a que se retirase el agua de las últimas inundaciones, en Tacumbú.

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