jueves, 13 de mayo de 2010

Bendita locura en familia


Atleti 2 - Fulham 1
CAMPEONES DE LA EUROPALÍ 

Todo el santo día comiéndome las uñas. Sin parar. Con el estómago encogido y una taquicardia en el trabajo fuera de lo normal. Me fui antes para no reventar. En casa, no cabía en mi cuerpo. El reloj no quería andar. Hasta las nueve menos cuarto quedaba una tarde abismal. Y me vestí de rojiblanco, y cogí la bufanda y le dije a mi chica que nos íbamos, que no podía esperar.
En el coche la radio también se sumaba a este nerviosismo descomunal. Faltan dos horas para el principio de la final. Llegamos a casa de mi hermano el mayor. Mi sobrino prepara el examen de Filosofía con la camiseta del centenario, la misma que llevo yo, y su padre, y su madre. Parece que nos hemos comunicado telepáticamente. Una cervecita con patatitas para ir calmando la ansiedad. Y unos quicos. Y unos cuantos gusanitos. 
"Chupachús, regaliz, a la mierda el Real Madrid", canta mi hermano imitando a su sobrino vikingo de ocho añitos. "Me equivocado, perdona, a la mierda el Barcelona", concluye el cántico infantil. 
Mientras nos reímos nerviosos vemos con disgusto que el puto Platini ha conseguido que el estadio no esté lleno dejando sin entrada a miles de rojiblancos en Madrid. ¿Por qué si el coliseo del Hamburgo tiene capacidad para 50.000 personas sólo dieron 12.500 entradas a cada equipo? ¿Para qué coño quería la UEFA 25.000 entradas? En fin, que el gabacho con cara de estreñido con su pan se lo coma.
Rueda la pelota y no paramos en nuestros sitios. Forlán al palo. Reyes casi la cuela por la escuadra tras una falta. Los ingleses son malos, muy malos, pero ahí están, en la final, como nosotros. Marca Forlán. Histeria en casa, abrazos, besos, mi hija que no se duerme ni después de atizarse 150 de biberón con cereales. Está pendiente de su equipo, claro.
Enseguida empatan los ingleses. Apenas si se les oye por el micro de ambiente que la penosa retransmisión de Telecinco no acaba de calibrar. El locutor insiste en hacerse gracioso y en tratar de convencernos de que es un atlético de toda la vida... en fin. Amor, el comentarista, no comenta. Mucho mejor.
Intentamos poner la radio y ver la tele. No hay sincronía. La radio va por delante. La quitamos. Acaba la primera parte. Sacamos las tortillas, el jamón, el queso, el choricito a la sidra... en fin, lo que viene siendo la cena propiamente dicha. Apenas lo probamos. El empate nos ha taponado el aparato digestivo. 
La segunda parte es aún peor. No llegamos. Los ingleses se atreven a adelantar medio metro sus apretadas líneas ultradefensivas que especulaban desde el inicio con los penaltis. Y tiran a puerta. De Gea está espectacular. El Atleti comienza las imprecisiones. Cambios de Quique. Entra Jurado y la cosa empieza a carburar. Salvio no está aún en forma. Comienzan los balones bombeados a un área con dos centrales altísimos como la madre que los parió.
Prórroga. Resoplidos. Todos con las manos en la cabeza palpándonos el pelo. Miradas asustadas. El pánico a la derrota, a la lotería de los penaltis se apodera del salón de la casa de mi hermano. No deberíamos haber llegado hasta aquí. 
Acaba la primera parte de la prórroga. Sólo quedan 15 minutos antes de confiarlo todo a la tómbola de los 11 metros. Comienzo a pensar que prefiero que marquen los ingleses antes que ir a los penaltis. No sé si mi corazón lo soportaría. Forlán hace un jugadón, da el pase de la muerte y, ni Salvio, ni Agüero meten el balón dentro a un metro de la raya. Silencio. Parece la jugada que recordaremos siempre, como el gol de Cardeñosa. 
Sólo quedan cuatro minutos. Agüero no se da por vencido, vuelve a repetir la misma jugada con la que deja sentada a toda la defensa inglesa, mete un balón que le llega a Forlán rebotado, el uruguayo le da con los tacos, se cuela por debajo de las piernas del defensa, desvía un poquito la trayectoria y GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!!!
Los saltos y los gritos se deben oír hasta la Peineta. Cuando me doy cuenta estoy flotando en el techo del salón y allí arriba, junto a la lámpara de mi hermano, está toda mi familia flotando conmigo. Sonriendo como sólo sonreímos en el Calderón. Nos abrazamos, gritamos, volvemos a gritar más fuerte, hacemos una piña y gritamos otra vez GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL seguido de un ATLEEEEEEEETI, ATLEEEEEEEETI, ATLEEEEEEEEETI, como si estuviésemos en Hamburgo, como lanzando un mensaje global en el que todos los atléticos del mundo estuviéramos unidos en cualquier lugar del planeta.
Mi hija María, con cuatro meses, ya tiene su primer título como socia rojiblanca. El miércoles, en Barcelona, su primo y yo le traeremos el segundo.

GRACIAS, ATLETI, GRACIAS. 

lunes, 10 de mayo de 2010

De copas con el Atleti


Tengo mis entradas para una de las finales. Me hubiese gustado ir a las dos, pero la economía, los días libres, y no perder el norte me han hecho poner los pies en el suelo y me han obligado a pensar que no vivo para el Atleti sino que es el Atleti el que me ayuda a vivir. Sí, con sufrimientos y con penas, pero con alegrías imposibles de describir como la de la semana que hoy comenzamos.
Hoy, en la cola para recoger las entradas de la final de la Copa del Rey en Barcelona, los dos chicos que estaban delante de mí (de la peña de Colmenar Viejo) se estaban mordiendo las uñas porque la famosa nube del volcán islandés estaba cubriendo el suelo patrio y cabe la posibilidad de que el avión que les iba a llevar a Hamburgo quizá no pueda despegar. "Lo de menos son los 600 euros" decía uno de ellos, "lo que más me jode es que me he pedido dos días libres en el curro y que estuve en Lyon, en la última final, cuando tenía 17 años". ¡Tela marinera! Lo dicho, hay gente para todo. Pero ahí estaba, comiéndose la misma cola que yo, como un campeón, para pillar las entradas de la Copa del Rey. "Si mi mujer no me echa de casa de ésta, yo creo que estaremos juntos toda la vida..." Y tanto.
Yo, por mi parte, tendré que animar a los míos el miércoles desde el salón de la casa de mi hermano. Allí nos juntaremos todos los miembros colchoneros de mi familia que no tengamos que currar. O sea, mi hermano Ricar, mi cuñada Bego, mi sobrino Álvaro, mi hija María, mi mujer Cristina y el menda. Luego, cuando salgan del trabajo, igual se suman mi hermano Ramón y mi hermana Belén con mi sobrinita. O quizá nos juntemos directamente en Neptuno, o nos llamemos por teléfono con lágrimas en los ojos para contarnos que, por fin, hemos ganado un título europeo después de tantos años...
Ya sólo me queda esperar a que vayan pasando los días para disfrutar los dos miércoles gloriosos con los míos y con todos los atléticos de bien.

Atleeeeeeeeeti, Atleeeeeeeeti, Atleeeeeeeeeti.